Los medicamentos nuevos continúan vendiéndose en el paradigma farmacológico cartesiano, donde lo que se hace es coger la bola de cristal del conocimiento que el fármaco ha generado en los estudios y fragmentarlos en pedazos inconexos. Se fragmenta y se habla entonces de que un antidepresivo tiene como efecto secundario "reducción de la líbido" o "ganancia de peso", pero esto aparece en otro capítulo al de "eficacia" como si los elementos descritos en el apartado de efectos secundarios estuviesen aislados de la eficacia. Se habla por ejemplo de que algunos antidepresivos, como efecto secundario, aumentan la ideación suicida, cuando este elemento está íntimamente relacionado con su efectividad terapéutica. Pero mientras el conocimiento se nos aparezca fragmentado, se nos ilustra como un jeroglífico difícil de comprender, y sobre todo, manipulable en sus conclusiones.
En esta entrada quería compartir algunos pensamientos en torno a esta idea y por eso hablo del modelo farmacológico vigente (un modelo fragmentado y estático, es decir, muerto), versus el fenómeno farmacológico vivo (un modelo vivo y dinámico, en constante interacción y movimiento). He tratado de seguir una exposición didáctica para que personas que no estén familiarizadas con cierta terminología puedan acceder a la exposición. El video que he puesto es para ilustrar que lo que se estudia y enseña sobre farmacología está muy distanciado del fenómeno farmacológico vivo. El sistema solar no es como se ilustra en los atlas y cada vez se enriquece más de movimiento. Movimiento y vida es lo que le falta a nuestros manuales de farmacología. Se habla por ejemplo de que con el tiempo gran parte de los psicofármacos pierden eficacia, se habla (de nuevo como efecto secundario) de "tolerancia al efecto". Pero no se piensa qué significa esto. Para los antipsicóticos o para los antidepresivos, casi no se habla de este proceso de adaptación del organismo al fármaco de manera que hay toda una neromudulación, como resultado del antipsicótico o del antidepresivo, que se obvia. Como si el sistema nervioso fuese un mecanismo de palancas y no un sistema vivo.
Bien, cuando en la
universidad estudiamos farmacología, la estructura que se sigue es la de
explicarnos cuáles son los mecanismos de acción de los fármacos, qué efectos
secundarios provocan, en qué patologías se emplean, todo en base a un circuito
biológico que se supone que el fármaco desencadena. El fármaco actuaría como
una especie de llave que al encajar en una especie de cerradura (receptor) abriría
una secuencia biológica que se manifiesta en última instancia con un efecto
terapéutico. Por ejemplo, si se toma ácido acetil salicílico se abre el
circuito de la mediación inflamatoria y plaquetaria cuando este fármaco se une
y bloquea una enzima que se denomina ciclooxigenasa que tiene la función
biológica de sintetizar factores proinflamatorios y, sobre las plaquetas,
activarlas para que se agreguen y formen un coágulo que impida la hemorragia.
Por lo tanto, el fármaco viene a bloquear este circuito biológico por lo que el
resultado final es que no se produce la inflamación, ni las plaquetas se
agregan lo que en última instancia fomenta la hemorragia.
El modelo es
como un circuito electrónico, desde un interruptor (ausencia o presencia del
fármaco) hasta una bombilla roja (fomento o no de la hemorragia) y una bombilla
blanca (fomento o no de la inflamación). Es un modelo similar al electrónico
donde un elemento es el que permite o no la consecuencia siguiente que a su vez
permite o no el paso sucesivo y así hasta llegar a la bombilla. O como una
cadena de fichas de dominó puestas de pie una al lado de otra y al lado de
otra, y así, de manera que la secuencia se expande tras el impacto sobre la
primera de ellas. En otras palabras, es un modelo en el que la causa (fármaco)
es efecto de otra causa que a su vez es efecto de otra causa que a su vez es
efecto de otra causa, y así avanzando incluso hasta el más allá de lo biológico
como ilustraremos más adelante.
En todo el
estudio de la farmacología (en universidades, hospitales, centros de salud,
laboratorios y allá donde estén los fármacos) se emplea el mismo silogismo consistente
en que si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es igual a C. Los
primeros elementos de la ecuación suelen ser de naturaleza biológica; por ejemplo A (pravastatina) = B (bloqueo de
la enzima HMGCo-A reductasa) = C (formación de colesterol) = D (disminución de
los niveles de colesterol). Más tarde la ecuación continúa con una serie de
elementos de naturaleza clínica,
como = E (menor propensión a los eventos cardiovasculares). Y más tarde se
integran otros de naturaleza psico-social
hasta llegar a G (disminución de la mortalidad).
Por lo tanto, A (pravastatina) = G (disminución de mortalidad), y también D
(disminución de los niveles de colesterol) es igual a G.
Otro
ejemplo, A (antidepresivo) = B (bloqueo de la recaptación de serotonina) = C
(aumento de la serotonina en el sistema nervioso central) = D (mejor humor y
ánimo) = E (mejor bienestar) = F (mejor calidad de vida).
Hay muchos
más. Los manuales de farmacología están plagados de estos razonamientos que en
su esencia son de la misma naturaleza, es decir, que siguen la misma lógica. Es
una lógica que se denomina cartesiana en referencia al filósofo Descartes y a
su visión del mundo donde el todo se puede descomponer en partes que guardan
una relación causal entre ellas. Si hay relaciones de causa y efecto en la
maquinaria biológica, entonces podemos inducir efectos farmacológicos
terapéuticos. Esta es la premisa.
Pero esta
lógica y este compendio de información (millones y millones de estudios
farmacológicos fundamentados con la aplicación de esta lógica) es una visión
muy parcial del fenómeno farmacológico. La distancia entre la lógica
farmacológica que se aplica en la actualidad y el fenómeno farmacológico vivo
es la misma que entre un retrato y un rostro, o la que pueda haber entre un
mapa cartográfico y la tierra. Es decir, en la asunción del modelo
farmacológico vigente necesariamente tenemos que omitir gran parte del fenómeno
farmacológico, y en su esencia, lo que se le extirpa al fenómeno es
sencillamente, que el fenómeno farmacológico está vivo.
Se convierte
lo biológico en una máquina muerta y más tarde se introduce un fármaco para
avanzar en una ecuación aritmética sin límites hasta el fondo de la dimensión
bio-psico-socio-espiritual. Y estoy hablando de lo que se viene a llamar
“Farmacología Humana”. No hablo de la
experimental ni de la de los tubos de ensayo, hablo de estudios humanos donde
se toma un fenómeno (interacción entre un fármaco y un organismo biológico
vivo) y, para comprenderlo y manipularlo, matamos lo vivo que hay en
él, y lo transformamos en una especie de invento de concatenaciones como las
que aparecen en las películas en las que suena el despertador y eso ahuyenta al
gato y eso suelta una bola que desciende por una espiral que acaba impactando
sobre otra bola que a su vez impacta sobre un péndulo-martillo que acaba
pulsando el botón de una tostadora, y el señor ya tiene su desayuno preparado
nada más despertarse.
El fármaco no tiene carácter
Creo que fue
Ernst Junger quien afirmó que sólo la mezcla entre la droga y el hombre
determinaba el efecto. La farmacología es en esencia el estudio de una
interacción entre una molécula exógena y un organismo biológico vivo. Y cuando
decimos vivo, decimos también dinámico, es decir en cambio constante. Saquemos
el sistema solar de la ilustración del atlas e imaginémoslo con todo el
movimiento que contiene, con todos sus planetas en rotación sobre sí mismos y
en traslación con respecto al sol, y a todo el conjunto en desplazamiento sobre
un universo también cambiante. Cuanto más movimiento introduzcamos en la visión,
más nos acercaremos al fenómeno, y sé que es imposible representarnos la verdad
del fenómeno pero alcanzar la verdad es una cosa y caer en la ceguera de tomar
la ilustración de un atlas como base para tomar decisiones es otra. Pienso que
en el siglo XXI estamos preparados para enriquecer la visión farmacológica, y salirnos
de la ilustración del atlas académico.
Los fármacos
no tienen carácter lo que quiere decir que no se comportan de la misma manera
en todas nosotras. Hay una inmensa variabilidad en los efectos que provocan. Y
esto está íntimamente relacionado con lo expuesto anteriormente. Hay
variabilidad en el efecto farmacológico porque la diana del fármaco es un
sistema vivo, dinámico, en constante adaptación y no una máquina fragmentada y
estática en relación causal.
Al nacer,
biológicamente somos inmensamente parecidos (no sólo entre nuestra especie,
sabemos que compartimos gran parte de la secuencia genética con los cerdos, por
ejemplo) y aún así somos al mismo tiempo distintos, con matices genéticos que
nos diferencian en la dimensión genética. De la misma manera que debemos
trascender el pensamiento cartesiano también deberíamos empezar a enriquecer el
paradigma genético y gracias al conocimiento aportado por la epigenética nos estamos lanzando a ello.
La epigenética hace referencia a todos aquellos factores no genéticos que
intervienen en el desarrollo del organismo y tiene que ver con la expresión o
lectura del código genético. Es decir, hay muchas lecturas posibles del código
genético que llevamos y por lo tanto hay muchos libros posibles en el tuétano
de lo biológico y aquellos libros que se acaban leyendo y aquellos que no,
vienen determinados por la interacción de esa inmensa biblioteca genética con
el lector (nosotros) y con su medio. De nuevo, no podemos mirar el fenómeno
genético como si fuese un compendio estático y determinante. Son muy pocos los
casos en los que un factor genético determina un devenir biológico, son tan
escasos que no podemos dejar de dar otra explicación que integre a la
inmensidad común. Hay muchos libros genéticos posibles. Y nosotros (y el medio
con el que interaccionamos) somos sus lectores. Esto nos deja cierto margen
para determinar nuestro devenir bio-psico-social.